La arquitectura sostenible está en una crisis emocional

Tras décadas de minimalismo extremo, la arquitectura enfrenta el desafío de equilibrar funcionalidad, sostenibilidad y una experiencia sensorial enriquecedora. ¿Cómo podemos recuperar la capacidad de emocionar a través del diseño?

La arquitectura del siglo XXI se encuentra en un punto de inflexión donde dos factores clave emergen como vectores fundamentales de su evolución: la sensualidad y la sostenibilidad. Si bien la eficiencia energética y el respeto por el entorno se han consolidado como principios rectores, no podemos ignorar la necesidad de recuperar el placer sensorial en el diseño arquitectónico.

Desde el Movimiento Moderno, con su énfasis en la geometría depurada y la eliminación de ornamentos, la arquitectura ha sido arrastrada por una corriente minimalista que, en muchos casos, ha derivado en espacios asépticos, carentes de emoción y estímulo sensorial. Esta "dictadura de lo diáfano" ha favorecido una estética sobria que, aunque funcional, tiende a despojar a los espacios de una experiencia más rica y envolvente para los usuarios. Autores como Juhani Pallasmaa han abordado esta cuestión en textos como Los ojos de la piel (1996), donde argumenta que la arquitectura debe ir más allá de la visión y comprometer todos los sentidos para generar una experiencia completa.

La ausencia de color, textura y movimiento en la arquitectura contemporánea ha adormecido los sentidos, convirtiendo los espacios en entornos fríos y homogéneos. Históricamente, las épocas de crisis han tendido a expresarse en una mayor ornamentación y exuberancia, mientras que los períodos de estabilidad han favorecido la sobriedad. Sin embargo, en las últimas décadas, la tendencia ha sido casi exclusivamente hacia la simplificación formal, muchas veces sacrificando la capacidad de los espacios para generar emoción y conexión sensorial con sus habitantes.

Por otro lado, la sostenibilidad se ha consolidado como un pilar ineludible en la práctica arquitectónica, pero con frecuencia se ha interpretado como un elemento puramente funcional y técnico, dejando de lado su potencial expresivo. La integración de estrategias pasivas, el uso de materiales reciclados o la optimización energética no deberían estar reñidos con la búsqueda de una arquitectura que inspire y emocione. Ejemplos como los proyectos de Peter Zumthor muestran cómo es posible fusionar sostenibilidad con una arquitectura que estimula los sentidos a través de la materialidad, la luz y la relación con el entorno.

Un referente interesante en este contexto es la firma leonesa Neusus Urban, que ha logrado equilibrar funcionalidad, sostenibilidad y sensualidad en el diseño de mobiliario urbano. Sus piezas, como el banco Hellium, generan una sensación de ingravidez a través del juego de reflejos; el banco Ágora, con su modularidad, fomenta la interacción y el debate en los espacios públicos; y el trofeo Twist, con su estructura dinámica, provoca una respuesta sensorial mediante la percepción del movimiento y la luz. Estas propuestas demuestran que el diseño sostenible no tiene por qué limitarse a la eficiencia, sino que puede ser una herramienta para reintroducir la emoción en el paisaje urbano.

La arquitectura del futuro debe reivindicar la importancia de lo sensorial sin renunciar a la sostenibilidad. Integrar materiales que ofrezcan riqueza táctil, como el caucho, jugar con la luz y la sombra, como el metal y diseñar espacios que estimulen más allá de la visión son estrategias esenciales para una arquitectura verdaderamente humana. Como plantea Pallasmaa, "los edificios deben ser cuerpos y pieles que experimentamos con todos los sentidos". El desafío está en encontrar un equilibrio donde forma, función y emoción coexistan, devolviendo a la arquitectura su capacidad de conmover y conectar con quienes la habitan.